La construcción es uno de los últimos relatos en los que Kafka trabajó, durante 1923 y 1924, antes de morir.

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Narra la neurosis progresiva de un roedor (nunca sabemos con exactitud de qué animal se trata, sólo asistimos a gestos y acciones de su cuerpo) que vive solitario y bajo tierra. La búsqueda de seguridad frente a cualquier hipotético peligro exterior lo lleva a pergeñar un diseño obsesivo de su madriguera, “la construcción”, que incluye rituales de control, reordenamientos de estructuras, argumentos y contraargumentos sobre decisiones tomadas y por tomar.    

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Aunque en el relato nunca aparecen enemigos reales, el animal cada vez desconfía más y más en sus cuidados, en sus ideas, en sus capacidades físicas (también se siente viejo). Cualquier irregularidad es una fuerte amenaza. Esta manía llega a un pico máximo cuando un sonido, del que no puede explicar su origen, lo lleva a transitar un recorrido existencial que involucra el frenesí, el miedo, el respiro y el desencanto. 

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La lectura de este relato nos conduce sin remedio a un hermanamiento con el animal. Hoy, cien años después, nos es imposible mirar de soslayo la obsesión por “la construcción” perfecta y el desánimo final inapelable.

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Fue publicado por primera vez en 1928 en la revista Witiko. Luego, en 1931, aparece una versión editada por Max Brod, en la que el relato no sólo recibió su título, sino que, además, la intervención del final. Aparentemente por la necesidad de “cerrar” el relato, Brod modificó la última oración: “Pero todo quedó igual”. Este desvío, que se señaló por primera vez en 1972, es fundamental para la lectura. Afecta, entre otras cosas, la pregunta fundamental de si se narra más bien una secuencia (completa) de etapas de una vida que termina con laa (posible) muerte del protagonista o si el monólogo del animal da forma a un estado o proceso teóricamente interminable. La presente edición decide no tomar en cuenta esta última intervención de Brod.