La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1925 soñé
cosas extrañas y nítidas.
Vi, en el ángulo de dos paredes bajo
un alero, un gran nido de pájaros. Estaba ocupado
por una familia de gatos. Las crías ya eran
grandes, de unas cuatro semanas. Una en especial,
un gatito negro y atigrado, colgaba despreocupado
con medio cuerpo en el aire.
Debajo solo había un escalón
angosto por donde la madre cruzaba del nido
a una ventana abierta. Pensar en que la primera salida de los
gatitos se daría sobre camino tan peligroso
me alarmó; decidí prepararme para enfrentar
el peligro inminente.
Luego me vi cavando en un jardín. Con mucho esfuerzo
había
preparado algo que sería
de mucha utilidad.
De repente, un perro se precipitó sobre el lugar
se revolcó y destruyó todo a su alrededor
ayudándose con el hocico.
Sorprendió que se lo haya permitido.
Pero me excusé diciendo que se trataba de un
“erudito en la materia”.