Fragmento de discurso en el Coloquio de la Associated Artists of Pittsburgh, 12 de febrero de 1964
Puse en papel mis ideas para asegurarme de, por lo menos, acercarme a lo que quiero decir.
Soy tejedora, es decir, artesana, y por lo tanto defiendo una serie de ideas impopulares. Por ejemplo, creo que es correcto perderse en el trabajo, perder la autoconciencia y, con ello, el egocentrismo que tan bien conocemos en la subjetividad de la escena artística, tan discutida y verbalizada en los últimos años. Y, curiosamente, lo que estoy diciendo aquí puede no estar tan pasado de moda como podría haber parecido hace algunos meses. Quizá hasta sea un destello de lo que vendrá. Parece que la profundidad de la autocomplacencia se ha agotado y, tal vez, la habilidad artesanal pueda, una vez más, ser considerada un requisito para la autenticidad.
Reconozco que la palabra “artesanía” no es seductora. Tal vez debería acuñarse un nuevo término, como “trabajo con elementos no aleatorios” o con “azar controlado”, etc. Creo que deberíamos ocuparnos de eso.
La artesanía abarca, por supuesto, objetos útiles e inútiles y, en su mejor expresión, alcanza al arte, aunque el arte no tiene que ser necesariamente inútil, como a veces demuestra la arquitectura.
Por útiles e inútiles me refiero a objetos intencionalmente útiles o inútiles en un sentido práctico. Pero, por desgracia, como las artesanías de hoy están fuera del proceso general de la producción, sus productos suelen ser considerados inútiles y sin sentido. Hablo de esas teteras que gotean, de esos platos tan mal esmaltados que no se pueden limpiar, esas cortinas que apenas se sostienen lo suficiente. A lo inútil a propósito lo llamo arte, el objetivo final de toda artesanía. Pues, si una obra es lo suficientemente buena en cualquier material, independientemente de la técnica, puede ser arte. En cambio, si una obra claramente se orienta hacia lo útil, puede servir de modelo, de guía, para la producción industrial, es decir, la producción actual.
A mi entender, el peligro para las artesanías no reside en que estén desfasadas respecto a la tecnología moderna, sino en la sobreexperimentación, en la que no solo se prueba cualquier cosa –lo que sería saludable y necesario para nuevas expresiones– sino que esta experimentación se considera un fin en sí mismo y es reconocida como vanguardia por los detectores de tendencias en el mundo del arte y de la artesanía. La interpretación, por supuesto, es verbalizada, muchas veces, por quienes principalmente piensan, y creen que ven, en lugar de realmente ver.
Durante siglos, un artesano fue aquel que daba forma a la materia –a veces, su aliada ;otras, su adversaria– con respeto y cuidado. Intactos por las modas y las contramodas, ese respeto y ese cuidado siguen siendo valores dignos.
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