Cuando esté muerta, mi nombre flotará
por poco tiempo sobre el mundo.
Cuando esté muerta, tal vez exista aún
en algún lugar junto al vallado, detrás del campo.
Pero me perderé enseguida,
como el agua que se escurre de un jarrón rajado,
como un regalo secreto de las hadas
y una nube de humo junto a un tren furioso.
Cuando esté muerta, corazón y cadera se hundirán,
retrocederá todo lo que me sostuvo y movilizó,
y solo las manos abiertas, quietas,
serán colocadas junto a mí, desconocidas.
Y alrededor de mi frente será
como el día previo, cuando la boca de una cueva atrapa estrellas
y cuelga de la piedra de sombra de la bóveda de luz
una tela gris con arrugas enormes.
Cuando muera, quiero descansar una vez,
girar mi rostro hacia adentro
y cerrarlo como una caja con imágenes,
como cuando un niño ha visto demasiado
y luego duerme bien y profundo,
mientras todavía, temblorosa, represento
lo que fui: una luz de cera
para el despertar hacia el segundo mundo.
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