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Buchwald

Gottfried Benn: Morgue, poemas

PEQUEÑA FLOR


Un camionero ahogado se abalanzó sobre la mesa.

Un cualquiera le encaja una flor violeta entre los dientes.

Cuando hice la incisión desde el pecho

con un cuchillo alargado

bajo la piel

para cortar lengua y encías,

debo haberla tocado, porque resbaló

y se cayó a un costado, sobre el cerebro.

Mientras lo cosían, se la puse en la cavidad torácica, entre la viruta de madera.

¡Chupá hasta saciarte en tu jarrón!

Descansá en paz

¡Pequeña for!


HERMOSA JUVENTUD


La boca de una chica, que estuvo tirada en un juncal por mucho tiempo,

estaba demasiado mordisqueada.

Cuando le abrieron el pecho, su esófago estaba llenísimo de agujeros.

Finalmente, en un espacio bajo el diafragma,

encontraron un nido de ratas jóvenes. Una de las hermanitas estaba muerta.

Las otras vivían de los riñones y el hígado, bebían la sangre fría

y ahí habían pasado una hermosa juventud.

Y así de hermosa y rápida fue su muerte:

Las arrojaron al agua a todas.

¡Ah, cómo chillaban esos pequeños hocicos!


CICLO


La solitaria muela de una prostituta

que había muerto y nadia conocía

llevaba un empaste de oro.

El resto se había caído, como en tácito acuerdo.

El patólogo la sacó a golpes,

se la implantó y se fue a bailar.

Y es que, dijo,

solo la tierra debe volver a la tierra.


LA NOVIA DEL NEGRO


Entonces sobre la almohada de sangre negra reposa

la rubia nuca de una mujer blanca.

El sol bramaba en su cabello

y lamía largos los resplandecientes muslos

y se arrodillaba junto a sus senos amarronados

aún no deformados por lastres y partos.

Junto a ella, un negro: una patada de caballo había mutilado

sus ojos y frente. Perforaba

dos dedos de su sucio pie izquierdo

en el interior de su pequeña oreja blanca.

Pero ella dormía como una novia:

al límite de la felicidad por el primer amor

y como antes de que comiencen las ascensiones

de la sangre joven y cálida.

Hasta que

le hundieron el cuchillo en la blanca garganta

y le echaron un delantal púrpura de sangre muerta

alrededor de las caderas.


REQUIEM


Dos por mesa. Hombres y mujeres

en cruz. Cuerpos amontonados, sin ropa, pero sin pena.

El cráneo, el pecho abierto. Así

los cuerpos parieron por última vez.


Cada uno tres cuencos llenos: de cerebro a ovarios.

Y el templo de Dios y la inmundicia del diablo,

ahora, pegados pecho con pecho, en el tacho

se ríen del Calvario y el pecado.


El resto en cajas. Nada más que seres nuevos:

piernas de hombre, pechos de niño y cabellos de mujer.

Vi a dos, alguna vez en libertinaje,

como salidos del mismo útero, ahí yacen.



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