PEQUEÑA FLOR
Un camionero ahogado se abalanzó sobre la mesa.
Un cualquiera le encaja una flor violeta entre los dientes.
Cuando hice la incisión desde el pecho
con un cuchillo alargado
bajo la piel
para cortar lengua y encías,
debo haberla tocado, porque resbaló
y se cayó a un costado, sobre el cerebro.
Mientras lo cosían, se la puse en la cavidad torácica, entre la viruta de madera.
¡Chupá hasta saciarte en tu jarrón!
Descansá en paz
¡Pequeña for!
HERMOSA JUVENTUD
La boca de una chica, que estuvo tirada en un juncal por mucho tiempo,
estaba demasiado mordisqueada.
Cuando le abrieron el pecho, su esófago estaba llenísimo de agujeros.
Finalmente, en un espacio bajo el diafragma,
encontraron un nido de ratas jóvenes. Una de las hermanitas estaba muerta.
Las otras vivían de los riñones y el hígado, bebían la sangre fría
y ahí habían pasado una hermosa juventud.
Y así de hermosa y rápida fue su muerte:
Las arrojaron al agua a todas.
¡Ah, cómo chillaban esos pequeños hocicos!
CICLO
La solitaria muela de una prostituta
que había muerto y nadia conocía
llevaba un empaste de oro.
El resto se había caído, como en tácito acuerdo.
El patólogo la sacó a golpes,
se la implantó y se fue a bailar.
Y es que, dijo,
solo la tierra debe volver a la tierra.
LA NOVIA DEL NEGRO
Entonces sobre la almohada de sangre negra reposa
la rubia nuca de una mujer blanca.
El sol bramaba en su cabello
y lamía largos los resplandecientes muslos
y se arrodillaba junto a sus senos amarronados
aún no deformados por lastres y partos.
Junto a ella, un negro: una patada de caballo había mutilado
sus ojos y frente. Perforaba
dos dedos de su sucio pie izquierdo
en el interior de su pequeña oreja blanca.
Pero ella dormía como una novia:
al límite de la felicidad por el primer amor
y como antes de que comiencen las ascensiones
de la sangre joven y cálida.
Hasta que
le hundieron el cuchillo en la blanca garganta
y le echaron un delantal púrpura de sangre muerta
alrededor de las caderas.
REQUIEM
Dos por mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cuerpos amontonados, sin ropa, pero sin pena.
El cráneo, el pecho abierto. Así
los cuerpos parieron por última vez.
Cada uno tres cuencos llenos: de cerebro a ovarios.
Y el templo de Dios y la inmundicia del diablo,
ahora, pegados pecho con pecho, en el tacho
se ríen del Calvario y el pecado.
El resto en cajas. Nada más que seres nuevos:
piernas de hombre, pechos de niño y cabellos de mujer.
Vi a dos, alguna vez en libertinaje,
como salidos del mismo útero, ahí yacen.
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