(10.8.1915)
La joven literatura alemana hoy libra la batalla por formar un partido de oposición. Oposición a una burguesía que en ningún otro país es tan poderosa; oposición al extremo materialismo en la vida, el arte, la política, la prensa; oposición al partido oficial de oposición (la socialdemocracia): esta es la función de la que la joven literatura de hoy es cada vez es más consciente.
La situación es complicada. Primero: falta toda tradición. Hay tres cosas que aún no se han entendido bien en Alemania: 1. los pensadores más influyentes de las últimas cinco décadas, Bakunin y Nietzsche, rechazaban al alemán como categoría. Es decir, para Europa y toda la intelectualidad (radicalismo), Alemania es un país comprometido. 2. En cuestiones de inteligencia política y desde los decembristas (1825), hay más que aprender de Rusia que de Francia. 3. Que en Alemania, a pesar de cientos de miles de libros, revistas y bibliotecas, todavía no existe una vida intelectual pública, es decir, la posibilidad de expresión directa de lo que uno piensa y siente (en un escenario, en una reunión, en la prensa).
Si alguien acusa a los alemanes de no haber entendido a su Nietzsche (y su rizomática crítica de la moral, la filosofía, la religión, el idealismo) es porque citan al Zaratustra (el libro más inútil que se haya escrito) y la Voluntad de poder [Willen zur Macht, edición apócrifa publicada por Elisabeth Förster-Nietzsche en 1906], en lugar de al Ecce-homo, Aurora y El caso Wagner (siempre citan lo que les conviene para sus tonterías). Si preguntas por Bakunin, sabrás que su correspondencia con Herz y Ogarjeff fue publicada por Cotta en Stuttgart. El panfleto-anti-germánico “L'empire knoutogermanique” no se consigue, ni siquiera en una mala traducción; la biografía de Nettlaus en resumen.
Por su parte, la colección Vorwärts (marxista como es) hace todo lo posible para reducir la teoría bakuninista, y lo que es peor, la práctica bakuninista, al absurdo. Y no existe un Partido social-revolucionario en Alemania. La propaganda revolucionaria en Alemania es simplemente un disparate. Hace falta, sobre todo, una editorial que forme en radicalismo. Ninguna se dedica únicamente a la literatura de oposición. Diarios de oposición como Aktion (editado por Franz Pfemfert, Wilmersdorf, Nassauische Str. 17), el órgano de los más jóvenes, más combativos, más críticos, apenas se destaca y lo hace casi en la total ignorancia.
Esto va de la mano de la orientación esteticista, formal y decorativa que aún domina la literatura más joven: simpatía y tendencia con y hacia Francia. ¡El joven alemán tiene que buscar laboriosamente una lectura política radical entre textos más polémicos de la Vorwärts! El joven alemán no escribe sus propios textos radicales, en primer lugar, porque no tiene referentes, no encuentra una vida pública significativa y antagónica; luego, porque no encontraría un editor que reciba su producción, y éste, por su parte, no encontraría lectores (en fin: porque falta toda condición). Así que el joven de letras se inclina por Francia, que, cansada del glorioso pasado, pierde cada vez más la tradición de 1789; por una Francia cuya esencia opositora se publica en la editorial Diederichs de Jena y, en el mejor de los casos, es el antiprusiano "Armee francaise" de Jaurès; por Francia, cuya cultura estética ha de reemplazar a la política que tanto necesita.
Ganará una actitud estética antiburguesa, una postura que se orienta a Flaubert. El resultado: algo así como las novelas no alemanas de Heinrich Mann o las comedias de Carl Sternheim (“Die Hose”, “Bürger Schippel”, “Snob”, “1913”), comedias técnicamente perfectas y diáfanas, extraídas de su De la vida heroica burguesa [Aus dem bürgerlichen Heldenleben], comedias llenas de burlas entusiastas contra un periodo de “heroísmo-de-barón-pillo-alemán” [Raubritterheroismus], contra el populacho azul-violeta, comedias a las que al Berliner Tagesblatt y al “cosmopolitismo mundial” de clase alta ya no afectan.
Además: todavía no ha existido nada parecido a una vida pública para la joven literatura alemana. Hace unos 10 años se dio una cierta euforia por la expresión pública en Berlín. Cada vez más se opinaba que lo importante no era pensar y sentir, sino que intervenir, que ser parte de lo público estaba por sobre la “literatura”. Más importante que los versos, los ensayos, los dramas de cualquier tipo era la expresión coram publico de ciertos pensamientos, ya sea en la sala de conferencias, sobre una carroza o en un debate. Se pensaba en manifiestos donde antes se publicaban libros de poesía y novelas. Se organizaban veladas por cuenta propia y se pasaba de las revistas. Se creaban polémicas, se hacía propaganda y se escribía (todo esto en los últimos años) “Llamados al Partido del Espíritu alemán”. Un nuevo tipo de periodismo, muy fanático y directo, parecía estar gestándose. Lamentablemente, todavía carecía de vínculos con la realidad económica proletaria, pero por lo menos trataba de palparla. Me pareció significativo que tras el estallido de la guerra, la intelectualidad de origen burgués buscara con urgencia alguna articulación con Gustav Landauer, quien, según la experiencia de quien firma este texto, carecía de todo interés por una burguesía que había enloquecido y ponía en duda sus convicciones. También me pareció significativo que haya sido la joven intelectualidad burguesa la que, en febrero de este año, cuando se cuestionó la existencia y permanencia del Teatro Popular Libre [Freien Volksbühne] de Berlín, lanzó una proclama por la continuidad de la idea proletaria fundacional de esa institución. La guerra había acercado a los intelectuales y al proletariado. Lo que tienen en común es la oposición a la guerra, al patriotismo. Pero la guerra también inició la degradación económica de los intelectuales, un hecho del que todavía hay mucho que esperar. El joven escritor de origen burgués ya no tiene dónde caerse muerto y no encuentra público. De alguna forma, en cuestiones existenciales, parece sentir con más realidad, con más radicalidad que nunca. De alguna forma, entra en el ámbito del hampa. De alguna forma, se siente sin amparo y sin capacidad para subsistir. Mata el tiempo con psicoanálisis y tiende a la estafa. Labura en 20 profesiones distintas y se retira para prescindir en absoluto de todo.
Tal como están las cosas hoy, sólo se puede desear que la situación empeore. Porque sólo así se generará el vínculo entre el proletariado y la intelectualidad que tanto hace falta y es tan necesaria; claro, si las consecuencias no son, digamos, la arrogancia más ridícula o una capacidad de dirección espiritualmente equivocada.
Comments