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Buchwald

Ingeborg Bachmann: Carta a Paul Celan, 28-29 de octubre de 1957

Lunes 28 de octubre de 1957, Múnich

 

Paul,

Tu primera carta llegó hace diez días. Quise responderte y no pude por nuestras desesperadas y eternas conversaciones.

 

¡Cuántas omisiones tengo que hacer ahora en la carta! ¿Me entenderás aún? ¡¿Al leerla pensarás también en los momentos en los que solo veo poemas o solo tu cara o nous deux encore?!

 

A nadie puedo pedirle un consejo, eso lo sabés.

 

Te agradezco que le hayas contado todo a tu mujer, porque “ahorrárselo” hubiera significado ser más culpables, también menospreciarla. Porque ella es como es y porque la amás. ¿Pero tenés idea de lo que su aceptación y comprensión significan para mí? ¿Y para vos? No podés dejarla ni a ella ni al hijo que tienen. Me responderás que eso ya sucedió, que ya fue abandonada. Pero por favor, no la dejes. ¿Tengo que justificarlo?

 

Si tengo que pensar en ella y en el niño –y siempre tendré que hacerlo– no podré abrazarte. Es lo único que sé. Vos decís que el “completar” debe ser “entrar en la vida”. Esto se aplica a los que son sueño. ¿Pero somos sólo sueño? ¿Y no siempre se estuvo completando, y acaso no vivimos ya desesperados, incluso ahora que pensamos que se trata de dar un paso hacia afuera, hacia el otro, juntos?

 

Martes. Una vez más es lo único que sé. Estuve despierta hasta las cuatro de la mañana y traté de obligarme a seguir escribiendo, pero ya no podía tocar la carta. Queridísimo Paul. ¡Si pudieras venir a finales de noviembre! Lo deseo. ¿Puedo desearlo? Tenemos que vernos ahora.

 

En una carta que le escribí ayer a la princesa, para no ser evasiva, tuve que escribir unas palabras sobre ti, “sentidas” palabras. A pesar de todo, antes me resultaba más fácil porque estaba muy feliz de poder decir o escribir tu nombre. Ahora casi siento que tengo que pedirte perdón si no guardo tu nombre para mí.

 

Bien sabemos cómo nos va a ir entre los demás. Sólo que ahora no nos va a estorbar.

 

Cuando llegué a Donaueschingen, hace una semana, sentí de repente el deseo de decirlo todo, de tener que decirlo todo, como vos tuviste que hacerlo en París. Pero vos tenías que hacerlo, yo, en cambio, ni siquiera puedo, es que soy libre y estoy perdida en esa libertad. ¿Entendés lo que quiero decir? No importa, no es más que un pensamiento en una larga cadena de pensamientos, de un estar encadenada.

 

Me dijiste que te reconciliaste conmigo para siempre.  Nunca olvidaré eso. ¿Tengo que pensar ahora que te hago infeliz una vez más, que vuelvo a traer destrucción, para ella y para vos, para vos y para mí? No puedo entender por qué uno debería estar tan condenado.

 

Paul, te envío la carta así como está, quería ser mucha más concreta.

 

En Colonia iba a decirte, a pedirte, que volvieras a leer las “Lieder auf der Flucht” [Canciones en fuga], en aquel invierno, hace dos años, llegué al fin y acepté el rechazo. Nunca más esperé ser absuelta. ¿Para qué?

 

Ingeborg

 

Martes a la tarde:

 

Escribí esta mañana: tenemos que vernos ahora.

 

Esa es la inexactitud que sentía y que deberías perdonarme. Porque no puedo apartarme de la oración: no debes dejarla a ella ni a tu hijo.

 

Decime si creés que es incompatible que yo desee encontrarme con vos y que te lo diga.

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