No hace mucho se consideraba como normal, y hoy en día sigue siendo algo común, que la “formación artística” [kunstunterricht] sea un ámbito especial que casi no tiene nada en común con la educación “general”. Sin embargo, el concepto de educación “general” es más que complejo. Se podría afirmar con todo derecho que hoy no existe educación general sin comillas.
En cambio, existen infinitas “formaciones profesionales” [fachausbildung] que no tienen relación con la educación general ni se relacionan entre sí.
Es así que la formación artística aspira a ser una formación profesional que sólo se limite a sí misma –como la formación profesional de un médico, un jurista, un ingeniero, un matemático, etc.
A esta situación generalizada, se le opone la idea de que una formación en arte no puede existir como tal porque éste no se puede ni enseñar ni aprender: el arte sería una especie de asunto de intuición pura que por naturaleza no se puede forzar o transmitir por medio de la enseñanza.
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La determinante influencia del siglo XIX –la extrema especialización y su consecuente disgregación– pesa sobre todos los ámbitos de nuestra existencia y también obliga a que la pregunta sobre la formación artística se pierda en un callejón sin salida.
Un sentido espiritual, la tensión interna por un “desarrollo” más amplio, debería ser la base de toda formación; la escisión será reemplazada, poco a poco, por la unión; el “uno o el otro” por el “y”.
No debería seguir existiendo una formación profesional sin fundamentos humanistas generales. La formación de hoy –casi sin excepción– carece de una “cosmovisión” de carácter espiritual e interior o de algún fundamento “filosófico” de la actividad humana. Llama mucho la atención que aún se siga formando a jóvenes profesionales de una manera caduca y aniquiladora del espíritu, profesionales que para la vida exterior pueden ser muy útiles, pero que, rara vez, son representantes de algún valor estrictamente humano.
La formación consiste, por lo general, en una brutal acumulación de conocimientos particulares que los y las jóvenes tienen que interiorizar y con los que fuera de su “área” no pueden hacer nada. Es evidente que en este contexto la facultad de hacer conexiones, en otras palabras, la facultad de la observación y el pensamiento sintéticos se descuiden a tal punto que quedan impedidos casi en su totalidad.
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El objetivo principal de cualquier formación debería ser el desarrollo de la capacidad de pensamiento en dos direcciones que suceden al mismo tiempo:
1. la analítica y
2. la sintética
Debemos aprovechar la herencia del siglo pasado (análisis = descomposición) y, al mismo tiempo, complementarla y profundizarla a partir de una postura sintética, de tal forma que los y las jóvenes adquieran la capacidad de sentir y justificar (síntesis = conexión) relaciones vitales y orgánicas entre ámbitos aparentemente distantes.
Así la juventud abandonará la atmósfera estancada del “uno o el otro” y arribará a la atmósfera flexible, viva del “y”: análisis como medio para la síntesis. De ellos, se desprenden con facilidad que
1. el fundamento de cualquier educación o formación permanece siempre igual,
2. es decir, que la rama de la formación en arte no es un ámbito aislado del resto de las áreas y
3. que lo más importante no es qué se enseña, sino cómo.
El punto 3 no está pensado como paradoja.
Desde el punto de vista de “y”, hay que negar definitivamente la creencia (de la época de la descomposición) que sostiene que existen muchas formas de pensamiento y, por lo tanto, también del trabajo creativo: la forma de pensar y los procesos del trabajo creativo en las distintas áreas de la actividad humana no se diferencian entre sí en lo más mínimo, sea en arte, ciencia, tecnología, etc.
Lo importante de esto: si la forma de transmitir conocimientos técnicos (formación) se contenta con la acumulación de estos o busca, en primera lugar, desarrollar y cultivar las habilidades del pensamiento analítico-sintético.
Para un artista es más productivo acumular conocimientos técnicos de un área desconocida (mientras aplique la habilidad de pensamiento antes mencionada) a tener una “formación” ceñida a su área y ser completamente incapaz de aplicar dicha habilidad de pensamiento.
Ya no hace falta demostrar que la formación ideal en cualquier “área” debería constar de dos partes inseparables:
1. la instrucción de la observación, el pensamiento y la actividad analítica-sintética, y
2. la sistemática transmisión y adquisición de los correspondientes conocimientos técnicos.
Esto aplica, evidentemente, también a la formación artística.
Es un hecho que el arte no se puede aprender, tal como el trabajo creativo y la capacidad de invención en ciencias o en técnica no pueden ser impartidos o estudiados.
Pero las grandes épocas del arte y la ciencia siempre tuvieron una “doctrina” o “teoría”, cuya necesidad era muy evidente. Estas “doctrinas” nunca fueron capaces de sustituir el elemento intuitivo, porque el saber en sí y para sí es estéril. Tiene que limitarse a proporcionar el material y el método. La intuición es fecunda cuando utiliza ese material y ese método como medio para un fin. Sin embargo, el fin no puede ser alcanzado sin el medio y, en este sentido, la intuición también sería estéril.
Nada de lo “uno o lo otro”, sino “y”.
El artista trabaja, como cualquier otra persona, a partir de sus conocimientos, sus capacidades intelectuales y su intuición aplicada al momento.
Incluso en este último punto, el artista no se distingue de cualquier otro ser humano que crea.
Su trabajo se establece según leyes y objetivos.
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