Igual a un ciego que aprende el contorno de una cosa,
siento tu destino y no sé cómo nombrarlo.
Juntos reclamemos que alguien
te haya arrebatado del espejo. ¿Todavía podés llorar?
No podés. La fuerza y el caudal de tus lágrimas
los convertiste en tu contemplar maduro,
y estabas en eso: trasladando toda savia
en tu interior hacia una existencia poderosa
que se eleva y gira, en equilibrio y a ciegas.
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