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Buchwald

Rudolf Steiner: Esencia de la humanidad (1910)

Si observamos al ser humano desde el punto de vista de una forma de conocimiento suprasensible, entra inmediatamente en vigor lo que por lo general aplica para esta forma de conocimiento. En cambio, esta contemplación parte del reconocimiento del “secreto revelado” en la propia esencia humana. Para los sentidos y el entendimiento que se genera a partir de estos, solo le son accesibles una parte de lo que en el conocimiento suprasensible se comprende como la esencia del ser humano, esto es, el cuerpo físico. Para aclarar el concepto de este cuerpo físico, primero hay llamar la atención sobre el fenómeno [Erscheinung] que se expande como un gran enigma sobre toda observación de la vida: sobre la muerte y, en relación a ella, sobre la mal llamada naturaleza inanimada, sobre ese reino de lo mineral que siempre lleva consigo la muerte. Esto apunta a hechos cuya total aclaración sólo es posible a través del conocimiento suprasensible y a los que debe dedicarse una parte importante de este libro. Por ahora solo se plantearán algunas ideas como orientación.


Dentro del mundo manifiesto, el cuerpo físico humano es aquello en lo que el ser humano es igual al mundo mineral. En cambio, lo que distingue al ser humano del mineral no puede contarse como cuerpo físico. Para un análisis imparcial es, sobre todo, importante considerar el hecho de que la muerte –al manifestarse– expone aquello de la esencia humana que es de la misma naturaleza que el mundo mineral. Se puede señalar al cadáver como aquello del ser humano que después de la muerte está sujeto a procesos que se encuentran en el reino del mundo mineral. Se puede enfatizar que, en este eslabón del ser humano (el cadáver), actúan las mismas sustancias y fuerzas que en el ámbito mineral; pero es necesario destacar –y no con menos énfasis– que con la muerte comienza la descomposición de este cuerpo físico. Y también es justo decir que, ciertamente, las mismas sustancias y fuerzas están activas en el cuerpo físico humano y en el mineral; pero su actividad presta un servicio más elevado durante la vida. Solo actúan sobre el cuerpo como sobre el mundomineral cuando ha ocurrido la muerte. Allí se presenta como debe hacerlo de acuerdo con su propia esencia, esto es, descomponer [Auflöser] la forma física del cuerpo. Así, en el ser humano, hay que distinguir bien entre lo manifiesto de lo oculto. Porque durante la vida, en el cuerpo físico, lo oculto tiene que luchar constantemente contra las sustancias y fuerzas de lo mineral. Si esta lucha termina, se activa la influencia mineral. Esto indica el lugar en donde debe trabajar la ciencia de lo suprasensible. Tiene que buscar aquello que lidera esta lucha. Y esto es precisamente lo que está oculto a la observación por medio de los sentidos. Es sólo accesible a la observación suprasensible. Más adelante se analizará cómo ese “oculto” se le revela al ser humano tal como a los ojos comunes lo hacen los fenómenos sensuales. Sin embargo, aquí se ha de describir lo que resulta de la observación suprasensible.


Ya se ha dicho: el conocimiento sobre el camino que nos lleva a una visión más elevada será de valor sólo cuando el ser humano se haya familiarizado de forma general con lo que la investigación suprasensible revela. Porque también se puede comprender aquello que todavía no se ha estudiado en esta área. Sí, el camino correcto para el estudio es aquel que parte de la comprensión.


Incluso lo oculto, que en el cuerpo físico libra la lucha contra la descomposición, sólo puede ser estudiado por una visión superior: para una capacidad de juicio limitada a lo manifiesto, sus efectos son evidentes. Y estos efectos se expresan en la forma y estructura en que las sustancias minerales y las fuerzas del cuerpo físico se combinan durante la vida. Cuando se produce la muerte, esta forma desaparece gradualmente y el cuerpo físico pasa a ser parte del resto del mundo mineral. La intuición suprasensible, sin embargo, puede observar –como un miembro independiente del ser humano– aquello que impide que las sustancias y fuerzas físicas sigan su propio camino durante la vida (lo que conduciría a la disolución del cuerpo físico). Llamamos a este miembro independiente el “cuerpo etéreo” o “cuerpo vital”. Para que no comencemos con malentendidos se deben tener en cuenta dos cosas en relación con estas designaciones de un segundo miembro de la esencialidad del ser humano. La palabra “éter” se usa aquí en un sentido diferente al que se usa en la física contemporánea. Esta llama “éter”, por ejemplo, al portador de la luz. Aquí, sin embargo, se pretende que la palabra se limite al sentido dado anteriormente. Debe usarse para aquello que es accesible a la visión superior y que solo puede ser reconocido en sus efectos por la observación sensorial, esto es, por el hecho de que es capaz de dar una forma o estructura a las sustancias y fuerzas minerales presentes en el cuerpo físico. Tampoco la palabra “cuerpo” debe malinterpretarse. Para designar las cosas superiores de la existencia, uno debe usar las palabras del lenguaje ordinario. Y estas sólo expresan lo sensorial para la observación sensorial. En el sentido sensorial, por supuesto, el “cuerpo etéreo” no es, en absoluto, físico, no importa cómo uno se lo imagine.

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